25.

Hablando y hablando, me quedo con mis palabras, se ha convertido como en una obsesión fanática, no creo en nada, me miro en mis adentros y no tengo donde apoyar mis palmas, hay muchas cosas importantes en la vida, pero empiezo a creer que la mayor de todas es la confianza y me doy cuenta, que el problema verdadero no es si se lastima a alguien o a esa persona que uno tanto ama por esa falta de fe, no, el problema verdaderamente es el caos en el que se halla sometida el alma, en mi caso, ya no se qué debo decir o hacer, miro a los lados y, una voz interior me dice: y si dices o haces esta u otra cosa, que pasara? y si esa persona a la que cuento o digo tal cosa, es retorcida y ve mi debilidad y la utiliza en mi contra? y mi otra voz, la de la esperanza se queda apagada, pequeña e invisible tal y como yo misma me siento, y no lo entiendo porque de verdad quiero ver la luz, aferrarme a sus palabras, y me mantengo en una lucha constante, cegadora y que me agota toda, la lucha por lo que quiero y por lo que siento dentro, mis demonios, todos ellos entregándome como sacrificio voluntario a la oscuridad más profunda.

Cuando era niña cree para mí los atisbos de esperanza, que me ayudaban a soportar de alguna manera, todas las degradaciones y humillaciones a las que empezando por mi madre y terminando con el más ínfimo visitante que se aparecía en mi vida, me obligaban a vivir, creo que eso es lo que hace que aun tenga un atisbo ridículo de luz en mis días, pero así mismo creo, que es este mismo acto ahora ya involuntario, el que me hace penar tanto por las cosas y sufrir hasta límites que nadie ha conocido, es igual a lo que hacía de niña, al acostarme y aunque el cansancio de mis huesos doloridos me

atormentaban con el sueño irremediable que a todo ser humano abastece, yo, cerraba mis ojos y creaba para mí un mundo donde todo era diferente, donde mi madre me decía cuanto me amaba o donde ese animal casi casi desconocido para mí, no tocaba mi piel con sus garras ensuciando con él, toda fe que hubiera en mi, ahora, sigo haciéndolo y lo sorprendente es que ya no debo de imaginarlo, simplemente cuando cierro los ojos, automáticamente vienen imágenes deliciosas donde todo es perfecto, en muchas ocasiones incluso me niego a ellas, pero no puedo, es como una mecánica obligada de mi cerebro, acostumbrada desde la más tierna infancia a aislarse de esa manera.

Creo verdaderamente que debo de lograr desistir de esas imágenes, porque me hacen volar fuera de una realidad, para luego volver y darme tal caída que hace que levantarme sea cada día más inútil.